Los modelos organizativos están cambiando y las empresas asimilan rápidamente el punto de ruptura en el cual se separa la propiedad de la empresa de sus órganos de dirección. Por otro lado podemos constatar que las decisiones cada vez están más repartidas a diferentes niveles de la estructura, y no únicamente en el ápice estratégico. Hoy en día tenemos Jefes de Ventas y Responsables de Producto, cuando antes solo existía el Director Comercial con toda la responsabilidad, la visión y estrategia.
¿Qué nos dice esto? Esta fragmentación de poder, repartición de las decisiones -o de los órganos de poder- de la organización nos transmiten una filosofía de gestión muy particular, donde la especialización o enfoque a núcleos específicos es la primera prioridad.
Por otro lado, esta división ha roto uno de los motores más importantes de las organizaciones: el liderazgo. Se ha desdoblado la figura del Directivo de manera tan intensa, que estas nuevas figuras, aún cumpliendo con los criterios organizativos, muchas veces no forman parte de una proyección sólida de liderazgo. Es demasiado frecuente que en las empresas las cosas sucedan como resultado de un conjunto de asunciones i no por una visión clara y firme de un líder que haga que las cosas sucedan.
Sin lugar a duda, nos sobran administradores y hacen mucha falta los líderes.